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El hacedor de santos: Los rostros de Dios

Hermosa metáfora de la trascendencia de esta épica, más largo que la Ilíada y la Odisea.
lunes, 09 noviembre 2020
Cortesía | Es fácil equivocarse entre miles de dioses de la India

Aunque en honor a la verdad, me tranquilizan las series de fotografías que tienes enmarcadas en la pared de las escaleras del Ganges en Benarés, están llenas de devoción, cada roca recuerda los rituales purificatorios de los creyentes por limpiar su karma y las cremaciones de los fallecidos, para esparcir sus cenizas en sus rápidas aguas.

¿Será verdad que al tocar esas sagradas aguas se liberan del ciclo de reencarnación?

Aseguran que sí, por ser nacidas de las alturas del Himalaya, que cayeron de la Vía Láctea a la ensortijada cabellera de Shiva, para no destruir la tierra con la fuerza de su impacto.

Cuando toda el agua de la tierra había sido digerida por la ira de Agatsy, al ser molestado por la lamentaciones de los anacoretas del bosque de Benarés, que había sido sacado de sus meditaciones por los gritos y heridas que les provocan demonios que salían del mar, y a pesar de ser destruidos una y otra vez por la ira de los rishis, volvían noche tras noche, haciendo que la energía mística que acumulaban con sus meditaciones la perdieran al enfrentarlos, y así se quedaban sin ningún tapa (energía mística).

Al saber esto Agasty, devoró el Océano, acabó con los molestos demonios, pero también provocó una terrible sequía, que solo tuvo fin cuando el Ganges cayó sobre la cabellera de Shiva. Río sagrado venerado en las deidades con cabeza de elefante que coleccionas, talladas en madera de sándalo.

Prior esas esculturas de golosas barrigas y cabezas de elefantes con gigantescos cuerpos montados sobre un ratoncillo, son de Ganesha, no de la diosa Ganga, la madre del Ganges y del honorable Bhisma, quien sacrificó todo por la felicidad de su enamoradizo padre.

Las esculturas de madera del gracioso Ganesha, son malas copias, tienen dos colmillos y las que siguen la tradición, tienen roto un colmillo, tal como se ve en el alto relieve de piedra colgado sobre la pared. Ese uno detalles que resaltaron los talladores, al cubrir ese colmillo con hojilla de oro y toques de rojos. Recuerdan a Ganesha como protector del arte, de los escritores y los escribanos y de cómo nació el Mahabharata.

Se cuenta que Ganesha tardó cincuentas y seis días en copiarlo, en uno ellos se le rompió la pluma y fue tal su angustia por no poder copiar los sublimes versos de la voz de Vyasa, que sin dudar rompió su colmillo para usarlo de pluma y utilizar su sangre como tinta para seguir copiando las divinas palabras del inspirado poeta.

Hermosa metáfora de la trascendencia de esta épica, más largo que la Ilíada y la Odisea. Una copia de ella están en los libros abiertos sobre el mesón, bajo del relieve de Ganesha.

Estoy por terminar de traducir el Adi-Parva del Mahabharata, donde se narra el inicio de la batalla entro los Pandavas y los Kuravas, cuando Arjuna duda ante el conflicto de combatir contra Bhisma, su abuelo y sus parientes que lo habían deshonrado con trampa y astucia en un juego de dados.

Al ver las tropas erizadas de lanzas, tembló su ánimo y flaquearon sus fuerzas, por sentir la inutilidad de su muerte. Ante esto Krishna su auriga, le habló para romper la ilusión que lo enceguecía, y enseñarle la inmortalidad del alma. Esos versos forman El Evangelio de la Acción Desinteresa, el Bhagavad-Guita, La Canción de Dios, uno de los poemas más sublimes sobre la acción correcta como liberación.

Es fácil equivocarse entre miles de dioses de la India, solo son vehículos para la oración y la meditación, millones de apariencias de la unidad de Brahmán, del alma del universo con Atman, nuestra alma individual. Somos uno y solo uno. Dios tiene muchos rostros, y detrás de esas máscaras está el sentido de la vida, de la muerte, de la alegría y la tristeza, del principio y del fin.

– Sí, también lo creo, este cuerpo es solo la vestidura del alma. Pero Bernardo veo que has avanzado poco en tu lectura de los folios escritos de los caracteres cuneiformes, en el otro atril del mesón junto a la escultura en barro del hombre pez, ¿no será el código de Hammurabi?

No, Prior pero tiene razón se encontró a fines del siglo XIX, en la media luna fértil del Oriente, entre el Éufrates y el Tigris, en esas XII tablillas se narra la vida de Utnapishtin el hombre que sobrevivió en un arca al gran diluvio, hace cientos de años antes que se escribiera el Viejo Testamento.

Eso es una leyenda, pero entre los signos escritos en el barro sin cocer de hace más de dos mil años, se relata el encuentro entre este Noé babilónico y Gilgamesh, y narran una serie de plantas curativas y sus virtudes que estoy tratando de identificar. Entre ellas está el muérdago, planta con la que prepare el brebaje que toma todas las mañanas para el agitado latir de su corazón. ¿Es curioso? Esos son dones que nos ha dado el Señor, saberes que hemos olvidado y debemos rescatar de las arenas del tiempo.

Ahora me vas a venir a dar una lección, seguro leíste a Descartes y su tesis de la razón y la reflexión como un don divino, y por tanto empleadas con fe son una virtud divina. Si, lo leí acaso se le olvidó que al conocernos conversamos sobre el Cogito ergo sum, el pienso y luego existo.

– El agua de la infusión está hirviendo, se va cocer… voy a quitar la olla del fuego y buscar las flores de manzanillas secas, para echarlas al agua por un rato.

Al terminar de decir esto, se perdió entre su taller, solo oíamos el mover del trastero, para buscar las flores para hacer el calentao. Cuando llegó con las humeantes tasas, nos relajó el aroma que emanaba de ellas, apartó unos libros apilados cerca de un relicario de Santa Mónica. Así, hizo espacio para poner las tazas, esperamos a que se entibiaran y las mojamos con unas crujientes galletas.

Arrimó a un lugar seguro un montonón de libros para que no fueran a mojarse con la infusión que tomábamos, y guardó en uno de los bolsillos de la sotana su libreta.

Cuando, terminó de saborear las crujientes galletas de mantequilla, volvió Fray Pablo a conversar sobre libros, esa era una de sus pasiones, y la compartían, a pesar de aparentar molestia por tanta diversidad en las lecturas de Fray Bernardo.

– Sabes, nunca he podido volver a leer la Divina Comedia, me pasa algo similar al Fausto de Goethe: solo las he podido leer una vez, cuando intento releerlos los abandonó por días, hasta que los vuelvo a cerrar sus páginas y los devuelvo a la biblioteca.

Excelencia con todo respeto, creo que no los ha podido volver a leer, para evitar pensar sobre la pérdida del alma y su reencuentro. Ese es uno de los temas de esos poemas.

Se volteó la arepa, ahora eres tú quien trata de juzgarme. Ante esta inesperada respuesta, ambos comenzaron a reírse.

Yo me divierto mucho releyéndolos, a veces llego al extremo de leer en voz alta la Divina Comedia en italiano, con una pronunciación de loro aprendiendo hablar, para tratar de disfrutar la musicalidad de las palabras. Pero en fin, esas fueron algunas de mis lecturas favoritas, y ahora soy un viejo cansado que se prepara para la muerte, y desea saber cómo pagaron Adán y Eva por los conocimientos que adquirieron. ¿Existimos con la muerte pisándonos los talones?

Cada una de tus palabras me acerca más a lo que has buscado a lo largo de tu vida. Si no fuera por el altar que tienes en esa blanca pared, y el reclinatorio donde pasas horas orando, se diría que en lugar de estar en la celda y taller de un fraile, estamos ante un depósito de las correrías de un arqueólogo.

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