Alejandro Vargas: El eterno juglar del Orinoco
Si escuchas con atención, la voz de Alejandro Vargas, su música, aún se escucha en Ciudad Bolívar.
Está en todos lados: en sus calles, en el vaivén del río Orinoco, en las rutinas de pescadores, en el Carnaval y en cada Navidad.
La majestuosa capital del estado Bolívar, cada centímetro, su gente, sus plantas y animales, sus costumbres están impregnadas en las composiciones que “El Negro” Alejandro Vargas dejó como legado.
Más de 20 valses, joropos, merengues, parrandas y aguinaldos que no solo contagian a los bolivarenses sino que los venezolanos hacen suyas cada año.
Tal es el caso de “Casta paloma”, uno de los temas más interpretados por grupos de parranditas y corales en toda Venezuela cuando llega la época decembrina.
“Cantando aguinaldos pasaré la vida, bajo del cielo de oro de Ciudad Bolívar / Casta paloma de gentil plumaje, emblema tierno de risueña paz, dime si piensas remontar el vuelo, o si hacia el puerto de mi patria vas”, dice una parte de esta composición.
Su aporte sigue vigente gracias al trabajo de Serenata Guayanesa, de Mariíta Ramírez y la Fundación Parapara y músicos como Ivo Farfán, quien en 1998, después de 14 años investigando la vida de Vargas, publicó un libro.
Su historia merece ser contada una y otra vez a las nuevas generaciones.
Érase un hijo del Orinoco
Nació en Ciudad Bolívar el 13 de noviembre de 1892, hijo de Julia Vargas y el albañil trinitario Luis Baptista.
Aquel “negrito” disfrutó su infancia corriendo por el barrio Los Culíes, adentrándose desde temprada edad en la pesca. Cada agosto trabajaba fuertemente para extraer de las aguas del Río Padre cuantiosas sapoaras y bocachicos.
Era dicharachero, siempre con una anécdota, el ánimo a tope. Hizo además diferentes trabajos como pintor y hasta vendedor de frutas. Pero todo esto no estuvo alejado de su amor por la música, una pasión que le llegó de manera autodidacta, entusiasmado por las serenatas de su época.
Cantar, componer, le alegraba el alma. Gozaba de la capacidad de improvisar y de tomar vivencias o cosas de cotidianidad para convertirlas en versos que terminaban en canciones.
Fue así como para un diciembre tras una experiencia con una curiara nació aquel célebre aguinaldo
Pasó su vida entre parrandones y serenatas, con su guitarra a cuestas,
“El más importante aporte de Alejandro Vargas (lo digo como su principal biógrafo) es ser el principal propulsor, el adalid de la identidad musical angostureña”, refiere el músico e investigador bolivarense Ivo Farfán.
Nunca fue a la escuela pero tenía un don natural del líder para organizar comparsas y cualquier “bochinche” en donde la música fuera la excusa para reunirse.
Pese a no tener formación académica en el mundo de las artes, gozaba del don natural de convertir rutinas en canciones.
Sus temas fueron grabados después de su muerte, pero dejó un legado que enaltece a todos los bolivarenses.
Se considera a “Casta paloma”, un aguinaldo tradicional, una de sus más famosas obras. No obstante, la riqueza en la descripción usada en “La barca de oro”, la convierten en otra de sus piezas más célebres.
A esa lista debemos sumar el famoso “Sapo”, que popularizara Serenata Guayanesa, el vals “Tras el fin”. Joropos, aguinaldos, merengues, valses y hasta la guasa de Ciudad Bolívar (especie de ritmo entre merengue y calipso) fueron los canales escogidos por Vargas para comunicar su música.
“Pájaros de Carnaval”
Otro valioso aporte de Alejandro Vargas es haber creado la guasa, un ritmo que hace palpitar el corazón de los bolivarenses y al son del cual se acompañaban aquellas comparsas de los llamados “Pájaros de Carnaval”, que marcaban la época previa a la cuaresma en las calles de Angostura.
A través de la guasa, un género musical muy alegre, se le cantaba al río, a la fauna propia de Bolívar, a la picardía y al amor. Los “Pájaros de Carnaval” tienen características muy similares a las llamadas Diversiones orientales (El pájaro guarandol, La lancha Nueva Esparta), pues un grupo de personas bailan alrededor de un motivo principal.
Los angostureños de corazón y que defienden el legado de Vargas, defienden que se le llame Pájaro de Carnaval, nombre dado en relación a la ave o a la referencia popular de la gente al ver el armatoste que emulaba algún animal. Y aunque comenzaron con pájaros, como el Piapoco, luego usaron otros animales, pero la gente siempre les llamó “pájaros”.
La danza-teatro se daba en movimiento de avance por el pueblo, haciendo las paradas necesarias para la representación, el brindis y por supuesto, la respectiva propina para seguir la parranda. “La sapoara”, “La guitarrilla”, “El valentón”, son algunas de las más famosas.
Con guitarra, tambor y maracas la parranda estaba lista. Los hombres como músicos y las mujeres usando faldas coloridas amplias hasta debajo de la rodilla, alpargatas y sombrero para cubrirse del sol de Ciudad Bolívar.
Compromiso
Alejandro Vargas murió el 18 de marzo de 1968, a los 76 años.
Gracias a Serenata Guayanesa, a Mariíta Ramírez y la Fundación Parapara y tantos otros músicos bolivarenses la rica herencia musical de Alejandro Vargas se mantiene activa, como un recordatorio a todos de que la tierra nos debe inspirar y servir de musa para el mundo.
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