Abuelas españolas encuentran refugio en la jardinería en medio de la pandemia
A la espera del fin del confinamiento, Marichu baila una sevillana en solitario en su gran salón.
“Paciencia, prudencia”, repite la elegante viuda de 74 años que vive en Madrid, epicentro de la epidemia de coronavirus en España.
María Zabala, Marichu, es parte de un alegre grupo de jubiladas madrileñas, acostumbradas a cultivar “su” huerto comunitario, tres veces por semana, en la parte trasera de una basílica del centro histórico de la capital española.
Pero eso era antes de que comenzara a regir en España el confinamiento general el 14 de marzo.
El virus ya ha golpeado a varios allegados de las mujeres del grupo.
Marichu se limita a entreabrir la puerta de su casa, para dejarse fotografiar por la AFP, pero manteniendo una prudente distancia.
“Lo aguantaremos”, asegura esta madre de cinco hijos y abuela de doce nietos, que en el pasado trabajó en el centro de congresos de Madrid.
Una música alegre invade su apartamento cuando, privada de sus cursos de baile en una residencia de mayores, repite en solitario los movimientos de la sevillana, un baile popular que se suele practicar a dúo o en grupo.
Al cierre de todas las tiendas no indispensables, Marichu responde con la célebre consigna de mayo del 68: “La imaginación al poder”.
Convierte los paquetes reciclables de leche en macetas, donde siembra semillas de tomate y pepino a la espera de la reapertura del huerto en mayo.
No es la única
Viuda de 81 años, Mercedes Aceituno también siente nostalgia del jardín urbano y la misma pasión por las plantas que brotan en sus balcones.
Nacida sin padre en Extremadura, llegó a Madrid a los 18 años para trabajar duro, como “criada en una familia de señores de bastante dinero”.
Luego estuvo al frente de una “tienda de frutos secos, sábado, domingo y festivos”, durante 40 años.
“Por eso creo que lo llevo bien, el confinamiento”, señala.
Mercedes no sale de su apartamento en la tercera planta y desinfecta con lejía (cloro) su rellano y sus balcones.
Una vecina le deja provisiones cerca de la puerta. Ella le retribuye con tortillas de patatas o arroz con leche casero.
Mercedes ya le notificó al bar de abajo, cerrado por el confinamiento, que no le cobrará la renta de marzo y abril de la antigua tienda que le alquilan.
“Es un poco ‘escóndete, que viene el bombardeo’, es un virus en vez de bombas”, comenta Pepa Peña, de 61 años, una de las más jóvenes del grupo.
También la más angustiada y ocupada debido a que su madre de 85 años, sufrió un ictus cuando comenzaba el confinamiento.
“En el hospital le hicieron la prueba del coronavirus, dio negativa, y yo dije: ‘A casa nos vamos’, porque allí se podía contagiar”, explica.
El Ministerio de Sanidad difundió unas peculiares recomendaciones a los más de 46 millones de españoles confinados: “Vístete, no te quedes en piyama”, “evita la sobreinformación”…
Unas reglas que aplica, incluso sin conocerlas, otra persona del grupo del huerto, Doris Blas, una antigua informática de 65 años, que vive sola y sin hijos.
Vestida de forma coqueta con un suéter rojo, esta jovial mujer evita el noticiero de televisión, a su juicio “perjudicial para la cabeza”.
Porque “tampoco resuelve nada pensar: ‘¡Madre mía! Todos estos muertos, ¡qué horror, qué horror!”.
Prefiere leer novelas, pensar, ver todos los días misa por internet, rezar…
Desde ya, las amigas del huerto se han citado “cuando se calme todo esto, para tomar una cervecita en una terracita, todas juntas”, dice Marichu.
“Para que nos dé el sol, y hablar de todo lo que nos ha pasado, y organizar lo que vamos a hacer con el huerto, que nos da la vida”.
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